Señores, entiendo el miedo. Entiendo perfectamente ese sentimiento incómodo y completamente impredecible que se apodera de nosotros cuando una situación no está en nuestras manos.

Entiendo también la increíble tentación de jugar a lo seguro. De aplastar nuestros sueños hasta reducirlos en un par de apuestas insulsas que compartimos en voz baja y con un atisbo de terror en las reuniones sociales.

Comprendo también el terror máximo: la aparente falta de miedo. Aquellos seres que confunden hablar en voz alta y puños cerrados con trucos de magia para hacer verdadera su voluntad. Todos aquellos empresarios autonombrados que pretenden no tener miedo, ya que su pánico es tal que su último recurso es apelar a un estado autoprofético donde la única opción posible en sus labios es lo que su voluntad quiera y desee.

Créanme, de corazón los comprendo.

Y les pido que por favor también me crean cuando les comparto que ambos estados son un error. 

No hay mujer ni hombre sobre esta faz de la tierra que el fracaso no conociere y las delicias del exitoso no acariciara.

Esto significa, queridos lectores, que las causas del éxito y del fracaso van mucho más allá de nosotros. Vivimos en un mundo interdependiente. Lo que pasa en un país puede afectar radicalmente lo que sucede en el nuestro. Una situación se convierte en un golpe de fortuna para unos y en un golpe devastador y de desgracia para otros.

Vivimos en un mar agitado, y, como nunca antes, las oportunidades y las amenazas burbujean a nuestro alrededor cual botella de champaña en Año Nuevo. Esto significa que tenemos la increíble oportunidad de experimentar un gran rango de estados en una vida tan corta como la nuestra. Claro, comprendo que dada la oportunidad muchos escogerían cual Midas: experimentar solamente los éxitos de la vida. Y, sin embargo, experimentar una vida con solamente éxitos es en sí el más grande fracaso.

No, señores y mujeres, ¡no! La vida en sí exige que nuestra experiencia sea más rica y colorida. Más grande y multidimensional; una vida plena exige la apertura de corazón y la fortaleza mental para aceptar y desear experimentar todos los rangos que la vida nos ofrece.

Por eso hoy quiero invitarlos a que intenten probar este pensamiento: el miedo es para los valientes; el terror, la negación y la duda, para los confundidos.

Como empresarios de mente y emprendedores de corazón, es nuestro deber y privilegio experimentar el miedo. Es imperativo que cortemos esas cuerdas que nos atan a lo conocido y lo seguro y que visualicemos un futuro lo suficientemente grande como para sentir náuseas en el estómago. 

Negar la realidad (la posibilidad de un fracaso) es vivir en la locura; aceptar la duda es invitar a la enfermedad a nuestros corazones.

Sentir el miedo y ser inspirado por él es la receta de los valientes.

El miedo, correctamente digerido, es una fuente de creatividad y energía inagotable. El miedo, incorrectamente digerido, se transforma en duda, negación y una losa pesada.

Cuando un capitán se encuentra en medio de una tormenta, no niega las olas ni se pone a rezar mientras da instrucciones. Cuando la tormenta se acerca, necesitamos abrir los ojos y pensar.

Hoy quisiera invitarlos a que con su pensamiento corten sus cuerdas. Es decir, atrévanse a pensar en grande con los pies en la tierra. No se trata de exagerar hacia la duda, hacia uno mismo o hacia la arrogancia de sentirse invencible; se trata —creo yo, queridos lectores—, de abrir nuestro corazón a ese estado mágico llamado miedo, que, estoy seguro, al mirarlo de frente se convertirá en su más grande mentor y maestro.

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