Puede pensarse que expresarse de la mujer como “activista”, como luchadora para lograr una posición y derechos iguales a los del hombre, son posiciones defensivas con una meta de igualdad de género, lo que si bien es legítimo corre el riesgo de adentrase en una lucha ideológica y quedarse en ella más como una herramienta, más que como una vocación.
La experiencia ha demostrado que la educación da por resultado el respeto y la sana convivencia, tanto al interior de la familia como en la sociedad. Esto hace que el hombre elimine su impulso agresivo natural y viva el sentido de respeto, y que la mujer no busque actuar como hombre ni competir con la agresividad para defender su valor de calidad humana.
No haber avanzado en lograr lo anterior, hace que los hombres y mujeres compitan por manifestarse como el más fuerte, con cierto desprecio por el género alterno, y entonces el proceso educativo y formativo se pervierte en la acusación de “así son los hombres o así son las mujeres”.
Especialmente en las últimas décadas ha salido a flote la capacidad de la mujer de ser profesionista y madre al mismo tiempo, de ser el pilar económico de la familia, de ocupar posiciones en la política, en las estructuras en las empresas, en las organizaciones sociales, aun cuando, a la fecha, la remuneración a nivel global sea más baja en las mujeres que lo que perciben los hombres y el acceso a las posiciones más altas de las estructuras empresariales sean notablemente reducidas.
Llegar a los cuadros directivos es una carrera difícil, inclusive en los organismos empresariales, y no se diga en el sistema eclesiástico en donde el papel más importante para las mujeres es realizar las lecturas o colaborar en la distribución de la comunión.
Hoy por hoy las mujeres son ligeramente más en población que los hombres, una parte importante de ellas son el sostén de su familia a pesar de ser el grupo que más empleos ha perdido durante la pandemia.
Por otra parte, hay evidencias de que las mujeres son más honestas, más dedicadas y más cumplidas que los hombres y esto no las hace de mejores condiciones de reconocimiento económico ni social, y así continuará esta situación, mientras el hombre no haya sido educado y formado humana, social y espiritualmente, porque en su naturaleza conlleva el afán del dominio, la conquista, la lucha y su terrible formación de haber nacido para “ser servido y complacido”.
Expresiones como las siguientes ponen de manifiesto estas afirmaciones: “hija, sírvele a tu hermano”, “ya lo verás cuando llegue tu padre”, “para qué quieres estudiar si las mujeres son para casarse”, “el negocio es para los hijos hombres, las mujeres no son para eso y además su marido se va a querer aprovechar de ellas”.
Si bien las mujeres tuvieron que soportar engaños, golpes y hasta violaciones por la necesidad económica de mantener a sus hijos, hoy es imperativo educar tanto a hombres como a mujeres para que lideren en la familia y en la sociedad en la que participan, para lograr un solo objetivo:
Las hijas y los hijos son personas, los hombres y mujeres son dignos de respeto, ambos son capaces de afrontar las mismas oportunidades.
Hoy el mundo ha despertado a los derechos de ambos géneros, no debe tardar en haber un cambio por el bien de todas y todos.