Sin competitividad no hay crecimiento, sin crecimiento no podemos hablar de bienestar social y, en consecuencia, hay ausencia de desarrollo. A partir de esta afirmación y contextualizando al caso mexicano, aún tenemos un gran reto por resolver en la materia, pero la gran interrogante es por dónde empezamos.

Para responder a ello, primero tenemos que hacer una breve recapitulación de algunos indicadores relevantes en materia económica y social, empezando por el producto interno bruto. Si graficamos un histórico, observamos un crecimiento promedio del 2.1 % con tasa anualizada en los últimos diez años. El promedio, si bien es bajo en comparación con el resto de los países, mantenía un ritmo de crecimiento, situación que contrasta con el debilitamiento económico de 2019, que presentó una caída en los dos primeros trimestres y, cuyo crecimiento, con base en pronósticos de diversos organismos internacionales, financieros e incluso del Banco de México, sería prácticamente nulo para el cierre del año. 

En este mismo sentido, uno de los elementos que repercuten de manera importante en el desarrollo es el empleo, que durante el acumulado y de acuerdo a cifras del Instituto Mexicano del Seguro Social, reportó una caída del 30 % en el ritmo de generación acumulada al mes de noviembre. 

Una vez entendida la importancia de contar con una política que estimule el desarrollo, es hora de entrar al componente social, en donde nuestro país no tiene los resultados que todos desearíamos. A manera de ejemplo, el índice de progreso social, elaborado por la asociación Progress Imperative, que coordina la Escuela de Negocios de Harvard, tiene como objetivo presentar una radiografía de la calidad de vida de los habitantes de determinado número de países por medio de los indicadores clasificados en necesidades básicas, fundamentos del bienestar y oportunidades. En este índice, nuestro país ocupa la posición 55 de 149 países. 

A su vez, los resultados de la prueba PISA 2018, elaborada por la OCDE, muestran que el desempeño en áreas clave del conocimiento, como lectura, matemáticas y ciencias, presenta un importante rezago, ya que los tres indicadores se encuentran por debajo del promedio de los países que integran la OCDE, en particular matemáticas, insumo que será fundamental para las carreras del futuro. 

La discusión y las teorías del desarrollo llevan años centrándose en qué es necesario tener primero para conseguir lo segundo. En mi opinión, ambos –crecimiento y desarrollo– deberían de ir de la mano en un trabajo de corresponsabilidad entre sector público, academia e iniciativa privada orientado en lo siguiente: 

  • Política de productividad que mejore la competitividad de las empresas, pero también el desarrollo y bienestar de los colaboradores 
  • Un entorno de certidumbre y confianza a la inversión 
  • Consolidar políticas públicas de impulso a la innovación y el emprendimiento 
  • Política social que permita generar capacidades de producción en el mediano y largo plazo y no solo como un mecanismo de asistencia en el corto plazo 
  • Generar instrumentos de combate a la corrupción e impunidad, que han obstaculizado la ejecución de políticas de crecimiento y bienestar 
  • Una política de seguimiento para ver el avance, puesto que lo que no se mide no se puede corregir 

La suma de estas propuestas podría sumar al crecimiento del país y, por supuesto, a un mejor desarrollo y distribución. El camino es largo pero con acciones concretas y trabajo colaborativo, podemos aspirar a hacer de México un mejor lugar en donde habitar.

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