Buena parte de los problemas económicos —desde el estancamiento en la producción de bienes y servicios hasta la inflación de precios, desde las devaluaciones de los tipos de cambio hasta las crecientes tasas de desempleo, desde los muchos y elevados impuestos hasta el excesivo gasto gubernamental—, que enfrentan hoy los habitantes de muchos países se deben a las falacias económicas que han servido de base para la elaboración de las políticas económicas gubernamentales, cuyas consecuencias han sido, desde la distorsión de los procesos de mercado, en el menos malo de los casos, hasta la paralización de las actividades económicas de los particulares, en el peor de ellos.

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Lo anterior agrava el problema de la escasez (no todo alcanza para todos, y menos en las cantidades que cada uno quisiera), limitando seriamente las posibilidades de la gente de elevar su nivel de bienestar (disponer de más y mejores bienes y servicios con los cuales satisfacer no solo necesidades básicas, sino también gustos, deseos y caprichos).

El primer paso en la corrección de tales errores (la cual pondría a las economías por el buen camino hacia el progreso económico) consiste en identificar y entender dichas falacias, que en muchos casos parecen políticamente correctas, pero que, desde el punto de vista de la ciencia económica, son incorrectas, porque no contribuyen a minimizar (pues nunca se eliminará) el problema de la escasez. Para ello se requiere, por el lado de la oferta, que la oferta de bienes y servicios sea la mayor posible (lo cual se logra en la medida en la que se invierte lo más posible) y que los precios a los que se ofrecen esas mercancías sean los menores posibles (lo cual se consigue en la medida en la que la competencia entre oferentes sea la mayor posible).

Por el lado de la demanda se requiere, uno, la mayor creación posible de empleos (lo cual se logra, de nueva cuenta, en la medida en la que se invierte lo más posible) y, dos, el mayor ingreso posible (lo cual depende de la productividad del trabajo, lo cual, a su vez, depende, nuevamente, de que se invierta en la formación de capital humano y en la dotación a ese capital humano del capital físico necesario para que pueda trabajar: instalaciones, maquinaria, equipo, etc.). Por último, punto muy importante, se requiere que el dinero preserve su poder adquisitivo (para lo cual resulta requisito indispensable que los bancos centrales no generen inflación).

Desafortunadamente, muchas políticas económicas gubernamentales, que encuentran su justificación teórica en las falacias ya mencionadas, impiden que los resultados económicos sean los mejores que pueden ser, minimizando la escasez y maximizando el bienestar, falacias económicas que son las del mercantilismo, el keynesianismo, el comunismo, por citar tres de las más socorridas.

El libro Falacias económicas señala, en la tradición de los escritos de  Federico Bastiat y Henry Hazlitt, cuáles son esas falacias y, más importante, explica por qué son falacias, siendo que lo son porque, traducidas en políticas económicas, de una u otra manera, en mayor o menor medida, atentan contra la libertad individual, la propiedad privada y la responsabilidad personal de los agentes económicos, atentado que, cuando se presenta en el campo de la actividad económica, siempre da como resultado una agudización del problema de la escasez y, por ello mismo, una reducción en el nivel de bienestar de la gente, siendo que el resultado de las políticas económicas debería ser exactamente el contrario: menor escasez y mayor bienestar.

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